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jueves, 29 de abril de 2010

James Ensor y sus obras


James Ensor es un pintor belga poco conocido para la mayoría pero muy conocido en los segmentos artísticos de comienzos de siglo XX. Tan conocido fue, que su nombre se asocia a los precursores de estilos como el expresionismo o el surrealismo.

Salió muy poco de Bélgica, incluso su ciudad natal Ostende sólo la dejó un par de años para ir a estudiar arte en Bruselas. Visitó Paris, Londres y Ámsterdam por un breve periodo; este amor a su terruño lo marginó, de cierta manera, del circuito artístico que hombres con menor talento y creatividad, que él, manejaron a la perfección. Esta puede ser una razón de su poca fama hoy.

Su paleta agresiva y colorida es un buen ejemplo de un expresionismo que fue la antesala a estilos como el “Dadaísmo” y de cierta manera el “Surrealismo”.

James Ensor es un hombre vanguardista, un innovador en ese siglo XIX, tan lleno de ganas de cambios sociales, artísticos o políticos.

Al ser un hombre con ideas nuevas lo lleva al terreno del “escándalo” y la censura en su tiempo. La “Entrada de Cristo en Bruselas” (1888) es un claro ejemplo de esto. Rompe las clásicas reglas de perspectiva y de “buen gusto”. Nos hace pensar en un Cristo de ayer visto entrando “hoy” (entendiendo el hoy de hace cien años), de una forma moderna; sometiéndose a la descalificación de sus contemporáneos.

Gente que esconde sus rostros e identidad tras mascaras, son los personajes que se apropiaran de esta “entrada triunfal” para beneficio propio, intereses políticos y comerciales serán en definitiva los grandes beneficiados de este Cristo perdido entre la muchedumbre.

El alcalde de Bruselas esta en el extremo superior derecho, con la banda, como un claro ejemplo de un hombre tratando de girar el evento en su propio beneficio. Cristo tiene el rostro del propio artista, simbolizando esas ganas de transmitir un mensaje ante los avatares descalificadores. Este juego psicológico, trazado con una paleta colorida y ajena a restricciones nos lleva al expresionismo de comienzos de siglo XX. Ensor mantuvo el cuadro durante toda su vida y realizó modificaciones, como con la mayoría de sus obras.

Los temas religiosos de esta etapa, finales de siglo XIX, son un medio para expresar la insensibilidad humana. Única manera del artista de reflejar en su lienzo el disgusto ante las desigualdades de un mundo intolerante y elitista.
Otro medio utilizado son las mascaras y los payasos, que nos presentan los temas desde una perspectiva tragicómica para entender esos hombres de su tiempo. El estilo realista interactúa con el simbolismo, en esta alegoría “Ensoriana”, que nos lleva a ver las cosas con otra mirada, una mirada mas cotidiana y contingente, de un mundo “irreal” y “pasado”.

James Ensor, su genialidad, su atrevimiento y su vanguardismo son encerrados en el fácil calificativo de “pasado de moda” a comienzos del siglo XX. La gente olvida su obra y su talento metiéndolo rápidamente en el saco de pintor del pasado, algo increíble si pensamos que artistas como Paul Klee o Marc Chagall lo dan como referente en sus propias creaciones.

Esa crítica social, contra todos los poderes: iglesia, burguesía, militares y políticos, finalmente le pasan la cuenta. Ensor se cansa de ir contra molinos de viento como se agobia por no vender a nadie sus Obras.

Entrado el siglo XX llega la aceptación popular con reconocimientos, premios e incluso un título de Barón otorgado por el rey Alberto I de Bélgica
La crítica especializada ve en este Ensor de siglo XX un artista sin ganas de mostrar nada nuevo, con una producción mínima y repetitiva.


Un hombre que recibió todos los reconocimientos para un artista que apenas pintó en ese siglo XX, es una contradicción a esa misma critica del siglo XIX que despreció su Obra, ¿quién habrá manejado a quien?

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